La Iglesia Católica Romana, de acuerdo con el Calendario General Romano, celebra en Miércoles, 2024-01-10 lo siguiente:
Lectura del primer libro de Samuel 3 1-10. 19-20
En aquellos días, el pequeño Samuel servía en el templo del Señor bajo la vigilancia de Elí.
Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones.
Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no
podía ver.
Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor,
donde estaba el arca de Dios.
El Señor llamó a Samuel y él respondió: Aquí estoy.
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has
llamado.
Respondió Elí: No te he llamado; vuelve a acostarte.
Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel.
El se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí estoy, vengo porque me has
llamado.
Respondió Elí: No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del
Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: Aquí
estoy; vengo porque me has llamado.
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: Anda,
acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te
escucha».
Samuel fue y se acostó en su sitio.
El Señor se presentó y le llamó como antes: ¡Samuel, Samuel! El respondió: Habla,
Señor, que tu siervo te escucha.
Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y
todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado
ante el Señor.
Salmo responsorial Sal 39, 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10.
V/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
V/. Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los
idólatras que se extravían con engaños. R/.
V/. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides
sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.
V/. Como está escrito en mi libro: «Para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y
llevo tu ley en las entrañas. R/.
V/. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de
Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron.
Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó.
Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos.
La población entera se agolpaba a la puerta.
Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como
los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te
busca.
El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también
allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.