La Iglesia Católica Romana, de acuerdo con el Calendario General Romano, celebra en Domingo, 2025-06-01 lo siguiente:
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 18-25
Hermanos: El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación -para nosotros- es fuerza de Dios. Dice la Escritura: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces.» ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 5b)
R. El Señor me libró de todas mis ansias.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma
se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo
consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el
afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué
bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.
Mt 5, 13-19
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 7, 55-60
En aquellos días, Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la
gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
—«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se
abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo.
Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron
también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
—«Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:
—«Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró.
Salmo responsorial Sal 96, 1 y 2b. 6 y 7c. 9 (R.: la y 9a)
R. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra. (O bien: Aleluya.)
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Justicia y derecho
sostienen su trono. R.
Los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. Ante él se
postran todos los dioses. R.
Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los
dioses. R.
Lectura del libro del Apocalipsis 22, 12-14. 16-17. 20
Yo, Juan, escuché una voz que me decía:
—«Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su
propio trabajo.
Yo soy el alfa y la omega, el primero y el ultimo, el principio y el fin.
Dichosos los que lavan su ropa, para tener derecho al árbol de la vida y poder
entrar por las puertas de la ciudad.
Yo, Jesús, os envío mi ángel con este testimonio para las Iglesias.
Yo soy el retoño y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.»
El Espíritu y la novia dicen: «¡Ven!»
El que lo oiga, que repita: «¡Ven!»
El que tenga sed, y quiera, que venga a beber de balde el agua viva.
El que se hace testigo de estas cosas dice:
—«Sí, voy a llegar en seguida.»
Amén. Ven, Señor Jesús.
Aleluya Jn 14, 18
No os dejaré huérfanos —dice el Señor—; me voy y vuelvo a vuestro lado, y se
alegrará vuestro corazón.
Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: —«Padre santo,
no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean
en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que
el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y
contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del
mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido
que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que
el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»